jueves, abril 12, 2007

El jaguar

Huelo a muerto.
En breve comenzaré a desprender el insoportable olor de la putrefacción; los gusanos se retorcerán unos contra otros en las cuencas de mis ojos; de mí únicamente quedará el uniforme raído.
A estas alturas, el jaguar sabrá que fui yo quien se chivó de todo: del robo del examen, del tráfico de licor y la venta de cigarros. Les informé claramente de quiénes formaban el circulo. También les hablé de las escapadas nocturnas a la cuidad, de las visitas a los burdeles y de las novelas picantes del poeta. Todo con tal de salir de este repugnante lugar: lo odio, y los odio a todos.
El primer día de internado estaba lloviendo. Los cadetes del segundo curso vinieron a humillarnos con la mayor crueldad de la que eran capaces. Comimos hierba, ladramos como perros, nos orinaron encima, corrimos desnudos por el patio y nos apalearon.
A todos menos al jaguar. Cuando fueron a por él se resistió. Partió la nariz a un cadete; dos de ellos le atacaron a la vez, él les agarró por los cabellos y estrelló sus cabezas una contra la otra. Llegó el más fuerte del 2º curso; se preparó para la lucha; se rió del jaguar con desprecio; el jaguar de un golpe lo dejó retorcido de dolor en el lodo, después lo pateó hasta que se aburrió; ya nadie se atrevió a detenerlo.
A cada instante siento la presencia del jaguar más cercana. Yo comienzo a difuminarme, se borran los contornos de mi cuerpo, los latidos de mi corazón apenas son audibles. Ninguna huella probará que he existido. Nadie recordará que me llamé el esclavo.




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